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Daños colaterales de la guerra

Se suele utilizar el eufemismo de daño colateral, para referirse a las víctimas indirectas, accidentales, de una acción militar. Tras casi un mes de guerra en Ucrania, y más allá de la tragedia humana provocada por el conflicto, comienza a quedar claro que la escalada de precios de algunas materias primas es una de las mayores consecuencias indeseadas de esta crisis.

Los precios del petróleo y el gas suben y disparan los, ya de por sí, altos costes energéticos en la mayoría de países europeos y occidentales. Los gobiernos comienzan a sufrir en sus pieles las primeras reacciones de protesta de aquellos sectores económicos con mayor consumo de combustible y los ciudadanos comienzan a percibir el daño causado por las alzas de precios y las interrupciones del transporte de mercancías.

Las cifras de inflación del mes de marzo han golpeado con fuerza, dejando en la lona las estimaciones más salvajes y obligando a desempolvar las estadísticas de los años 80 para encontrar un precedente similar. Los precios han subido un 9,8% en España en el último año, un 7,6% en Alemania y un 7,9% en Estados Unidos; se trata pues de un fenómeno mundial, agravado en el caso europeo por la dependencia del coste del gas.

Y acompañando estas subidas de precios comienzan a preocupar las encuestas de confianza, ya sean las alemanas IFO o ZEW, o las americanas de la Universidad de Michigan o de la Conference Board… en todas ellas la caída de las expectativas están siendo muy pronunciadas. Es cierto que la situación económica de partida es muy positiva, el crecimiento esperado estaba muy por encima de tendencia, el ahorro acumulado presagiaba un año de fuerte crecimiento, el desempleo está en mínimos… la última cifra de paro en USA marca un nuevo mínimo en el 3,6%. Pero el consumidor comienza a estar preocupado por la inflación y los costes energéticos comienzan a filtrarse al bolsillo, arañando parte de ese ahorro acumulado. Si esa menor confianza se traduce en una reducción del consumo, tendríamos que plantear un peor escenario.

Cuanto más dure la crisis en Ucrania, más difícil será llegar a una rebaja de la tensión, eliminación de las sanciones y reducción de los costes energéticos. El incremento de precios continuará los próximos meses, posiblemente el pico no lo hayamos visto aún, y aunque la mayoría de los economistas coincida en que se desacelerará durante el año, seguirá filtrándose a la economía con efectos de segunda ronda (negociaciones salariales). Una vez que el genio sale de la botella, es difícil volver a meterlo dentro.

Difícil situación para banqueros centrales, que seguirán con la senda de subidas de tipos, incluido el Banco Central Europeo, que no tiene justificación para andarse con miramientos. Todo ello se ha puesto en precio con la misma rapidez con la que estalló la crisis y el principal damnificado ha sido el inversor en renta fija, que ha sufrido este mes una de las mayores debacles de la historia reciente, con fuertes caídas en muy poco espacio de tiempo. Prácticamente desaparecen los tipos negativos en las curvas europeas, la curva americana comienza a aplanarse e incluso a invertirse en algunos tramos y, como ya ocurriera en el verano de 2019, se comienza de nuevo a advertir de una posible futura recesión.

Y mientras tanto las curvas se invierten, los principales índices bursátiles recuperan los niveles anteriores a la guerra, volviendo a poner de manifiesto que las bolsas ven más allá de los conflictos bélicos y que las caídas provocadas por el miedo suelen ser buenas oportunidades de compra.

Queda por ver si los bonos ven más allá que las bolsas, como dicen que ocurre. Que la actual expansión económica se interrumpa, en este ciclo económico que parece muy rápido, muy explosivo, dependerá en gran medida de la reacción del consumidor al alza generalizada de precios, incluidos los del dinero.

Atentos pues al consumidor.

 

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