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El control de la inflación

En los últimos mensuales hemos hecho referencia a la necesidad de primar la prudencia ante la tentación de incrementar los niveles de riesgo en las carteras. En este período, hemos asistido a fuertes caídas bursátiles y de deuda, con un incremento considerable de las correlaciones entre activos, y asistimos a las primeras tensiones en los mercados de divisas, con intervenciones obligadas de bancos centrales ante la fortaleza del dólar.

Ciertamente, la inflación sigue siendo la variable fundamental que determina el devenir de los mercados, ya que provoca el mayor y más rápido endurecimiento monetario de las últimas décadas, obligando a bancos centrales a subir tipos con fuerza y sin tener una visión clara de dónde puede estar el techo del precio del dinero.

Este endurecimiento, se filtra en el mercado provocando incrementos de los rendimientos de la deuda pública, y arrastrando al crédito, que además comienza a poner en precio una contracción económica más fuerte, con incrementos de spreads cercanos a los vividos en la crisis del Covid-19. El encarecimiento del dinero perjudica a las entidades más endeudadas, entre las que se encuentran algunos países desarrollados como el caso del Reino Unido, donde han despertado los “bond vigilantes”, recordando a la nueva primera ministra Liz Truss y a su ministro de hacienda Kwasi Kwarteng, que no es momento de irresponsabilidad fiscal. De nuevo, la intervención obligada del Banco Central de Inglaterra logra tranquilizar los mercados, que seguirán vigilantes ante la actitud del gobierno británico.

La realidad es que en los próximos meses no parece que contemos con el soporte monetario ni con el fiscal. Estamos solos. Y como sigue reconociendo Jerome Powell en cada una de sus intervenciones, para parar la inflación hay que soportar “dolor” en términos de menor crecimiento económico y mayor desempleo. Lo cierto es que las subidas de tipos terminan filtrándose a la economía real con un cierto retraso, así que no es de extrañar que los próximos meses sigamos viendo afectación en los sectores más perjudicados, como por ejemplo el mercado inmobiliario, donde los tipos de referencia siguen escalando posiciones, provocando un parón en la actividad del sector.

Las valoraciones bursátiles siguen debilitándose. La subida de tipos reales provoca una caída de múltiplos que comienzan a acercarse a los mínimos de 2018 y 2020 y provoca además un incremento de correlación altísimo entre todos los activos de riesgo, incluyendo el oro y otros activos en teoría no correlacionados como las criptodivisas.

Las bolsas acumulan caídas cercanas al 8% en el mes de septiembre, arrastrando caídas superiores al 25% en el año, lo que supone uno de los peores años bursátiles de las últimas décadas. No se quedan atrás los bonos, que sufren también caídas similares a las de la renta variable, al pasar de tipos cero al 4% en apenas unos meses.

¿Pueden seguir sufriendo los activos con la misma intensidad?

Creemos que los tipos tienen un cierto techo, una resistencia natural contra la que pueden chocarse en un entorno de estancamiento económico, dado que los bancos centrales terminarían reaccionando a una recesión. La velocidad de subidas de tipos que hemos sido testigos no debería continuar en los próximos meses en los que la FED tendrá que evaluar la efectividad de los mismos.

Las bolsas, por otra parte, comenzarán a poner en precio una caída de la actividad económica, con menores beneficios, mientras que las caídas de las valoraciones podrían tener una pausa. Por lo que sólo recomendamos aprovechar caídas adicionales para empezar a incrementar el riesgo de las carteras.

 

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